Recuperar la memoria esencial del periodismo

“El periodismo es el primer borrador de la historia”.

La primera vez que leí esa oración estaba impresa en una pared gris, a la entrada del Museo de las Noticias, en Washington DC. Se le atribuye a Phillip Graham, director del Washington Post y casi de inmediato asiente uno con ella, aunque luego genere una inquietud en la conciencia.

Acudimos al periodismo para saber, en primera instancia. Para confrontar nuestras creencias y afinar nuestro sentido crítico sobre la realidad. Para sopesar la evidencia que nos acerque a la verdad.

El periodismo nos auxilia en la comprensión de los acontecimientos que son dignos de preservar en la memoria.

También nos da el contexto para entender las consecuencias que los hechos ocurridos, y sus protagonistas, han tenido sobre nuestras percepciones, decisiones y calidad de vida actual.

El periodismo nos permite, también, recuperar la memoria, para examinar el pasado e intentar influir en el futuro.

Si esa es su indispensable misión en la sociedad, entonces, debemos examinar cuán torcida está la letra con la que escribimos nuestro propio borrador de la historia reciente de esta profesión.

Con la crisis del modelo de negocio de la última década se agudizó la visión de las noticias como mercancía: si no es rentable, no se hace.

En esa búsqueda desesperada por mantener a flote el negocio, y en la tolvanera de las redes sociales, tomó fuerza la noticia irrelevante- cazadora de clics- y producida en masa para alimentar constantemente las efímeras líneas de tiempo de Twitter y Facebook.

También se exaltó la competencia por la “primicia” ausente de verificación y el error irresponsable de pretender que una filtración es suficiente para llamarla investigación.

Junto con esas prácticas se acrecentaron las verdades alternativas y las noticias falsas.

Con ellas llegó la vital necesidad de practicar el “fact checking” o la verificación de discurso.

En las prisas se repite lo que dice el funcionario tal cual, no hay tiempo para discernir entre opiniones sin fundamento y afirmaciones basadas en hechos probables. El paso esencial del periodismo ahora se hace después de publicar.

La gente es prioridad

¿Por qué esta crisis? En la vorágine tecnológica no pocos diarios han optado por volverse prescindibles para las personas. Lo han hecho, queriendo o no, en pro de una mal entendida inmediatez y potenciando la superficialidad de sus contenidos.

Los medios se han alejado de la gente cuando la gente es su razón de ser.

 “La primera obligación del periodismo es la verdad y su lealtad es, ante todo, con los ciudadanos”, advierten Bill Kovach y Tom Rosenstiel en su clásico libro: Los elementos del periodismo.

Esa lealtad a la gente la nubló durante décadas el ingreso publicitario, la visión empresarial.

La publicidad no volverá a tomar la fuerza del pasado para financiar al periodismo. Es momento de volver a las raíces y servir a la gente.

Apegarnos más que nunca a los hechos y facilitar, con humildad, la comprensión del mundo, con sus aristas más varias y en su complejidad.

Necesitamos ser actores activos de la creación de un modelo de financiamiento equilibrado, que involucre a la gente.

En este momento, perviven los medios y proyectos enfocados en dar calidad a las personas, los que ofrecen noticias con sentido e importancia para sus vidas.  Los que se vuelven imprescindibles y justifican la necesidad de comprar una suscripción o hacer una contribución.

Las personas vuelven a ser indispensables para el periodismo, no los anunciantes.

Katharine Viner, directora del periódico británico The Guardian anunciaba el 26 de octubre, que, a la fecha, el diario está siendo financiado por 800.000 personas de 140 países. Medio millón de suscriptores y 300.000 donadores que aportan una cantidad mensual para sostener su operación.

“La relación más importante de The Guardián es con sus lectores. Razón por la cual, cuando enfrentamos serias dudas acerca de cómo financiar nuestro periodismo en esta nueva era digital, les pedimos ser parte de la respuesta”, escribió Viner.

En esa misma línea, el New York Times, uno de los medios más influyentes del mundo, anunció a inicios de noviembre que había alcanzado los 3,5 millones de suscriptores digitales.

Desde 2012, la publicidad dejó de ser la principal fuente de ingresos para el Times. Desde entonces, son más relevantes las ganancias por suscripciones digitales e impresas. Lo mismo ha ocurrido en The Guardian.

En ambos periódicos ha sido fundamental atarse a una visión clara y no renunciar a la calidad.

Renunciar a la calidad y al interés público para sostener, artificialmente, los márgenes de lucro de un medio es una forma vulgar de matarlo y de seguir burlando la inteligencia de las personas.

En el documento Nuestro Camino Hacia delante -de 2015 y rescatado por Ismael Nafría en su libro La Reinvención de The New York Times– los estrategas del medio lo advertían:

“El trabajo que tenemos por delante es más importante que simplemente asegurar el futuro del Times. Nuestro objetivo, de hecho, nuestra responsabilidad, es demostrar que existe un modelo de negocio para el tipo de periodismo ambicioso, original y de alta calidad que es esencial para una sociedad bien informada”.

Ejemplos como estos demuestran que, afortunadamente también hay buena caligrafía sobre nuestro borrador.

Nueva generación

La crisis también ha permitido el surgimiento de una nueva generación de reporteros que, de la mano con la tecnología y apoyándose en la esencia fundamental de la profesión -la verdad y la gente- están creando el mejor periodismo de la historia.

El cisma del paradigma mediático ha despertado, como nunca, un espíritu de colaboración entre reporteros en distintas partes del mundo para investigar un mismo tema.

Internet –verdugo del modelo de negocio de la arrogante industria que fuimos hasta hace solo década y media- es el aliado vital para facilitar la cooperación y éxito entre las organizaciones empeñadas en evidenciar las profundas conexiones internacionales de la corrupción, el crimen organizado, la injusticia y la desigualdad en la humanidad.

A este fenómeno lo impulsan la disponibilidad de bases de datos – y de herramientas para analizarlas- así como el surgimiento de organizaciones de periodistas que conforman sus propios medios de comunicación alternativos especializados.

Las investigaciones transfronterizas como los Papeles de Panamá, Memoria Robada, que revela las historias ocultas del saqueo de patrimonio cultural en Latinoamérica, o la operación Lava Jato, son una magnífica consecuencia de la expansión de Internet y de las tecnologías de la información.

Gracias a ellas y a un inteligente y creciente espíritu de cooperación periodística, hoy nos es posible esculpir un mejor periodismo de la mano con ingenieros en computación, programadores, diseñadores, académicos y cualquier otro profesional que, en el futuro, sea indispensable para esta tarea.

El periodismo siempre debe persistir y son los periodistas quienes lo debemos defender y empujar, en colaboración con aquellos que aporten conocimiento en favor del interés público.

En ese camino, una precaución: la tecnología, y todas las ventajas que encierra, son solo una herramienta que potencia la calidad cuando lo que va al frente es periodismo serio, apegado a los hechos, relevante, comprometido con la gente.

Ese es el espíritu que creo debe de unir a los periodistas en grandes redes para compartir conocimiento, información y para promover otro modelo de sostenibilidad financiera donde la calidad vuelva a acercarnos a la gente, a la verdad. Luchemos por recuperar esa memoria esencial del periodismo.

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Este texto fue parte del mensaje que compartí durante las clases inaugurales de la VI Edición del Máster en Periodismo de Investigación, Datos y Visualización del diario El Mundo y la Universidad Rey Juan Carlos.

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