¿Por qué te dejas engañar por el juego de los políticos manipuladores?

Según una búsqueda en Google, la imagen ha circulado desde 2017 en diversos foros, inicialmente en países de Europa y Asia. Ha sido utilizada en distintos contextos, principalmente para ilustrar temas relacionados con la guerra y las dinámicas de la política. No fue posible identificar la fuente original ni al autor de la imagen.

Por Hassel Fallas Periodista y Científica de Datos

La política, como el ajedrez, es un juego estratégico donde cada movimiento tiene un propósito y cada sacrificio se calcula con precisión. Pero en este tablero, las piezas no son de madera: son de carne y hueso. Personas que se enfrentan con ferocidad para defender a sus líderes, hasta caer en el absurdo, mientras estos —los reyes y reinas del tablero— permanecen intocables.

En este contexto, cada jugada está diseñada para desviar la atención, dividir y someter. Los peones luchan entre sí con la convicción de que su sacrificio es vital para proteger a sus gobernantes o ideologías. Sin embargo, lo único que hacen es cumplir el papel que las y los políticos les han asignado: desviar la atención de sus propios fracasos mientras consolidan su autoridad.

La ciudadanía, fragmentada y manipulada, pelea por causas que suelen estar justificadas en argumentos superficiales, cegada por lealtades irracionales y emociones desbordadas.

Lo más doloroso de este maquiavélico juego es presenciar cómo los peones se enfrentan entre sí. Amistades, familiares y colegas se distancian y radicalizan, cada quien defendiendo con vehemencia su posición. La política se ha convertido en un espectáculo de fanatismo, como el peor clásico de fútbol donde cada hinchada grita y pelea por su equipo, ignorando las trampas o errores de sus jugadores. No importa cuántas tarjetas rojas reciban, siempre habrá quien justifique lo injustificable, aunque las pruebas sean irrefutables.

El nivel de violencia, tanto verbal como simbólica, que se despliega en estas confrontaciones es alarmante. Las redes sociales se inundan de acusaciones, insultos y descalificaciones. En las conversaciones cotidianas ya no se busca persuadir o comprender, sino humillar y derrotar a quien piensa diferente. En ese proceso, se olvida que, al final, las únicas personas que realmente ganan no son quienes vencen en una discusión, sino quienes supieron manipularlas en su beneficio egoísta.

Imagen creada a partir de IA en DALL·E de ChatGPT

Esta estrategia tiene un nombre: demagogia. Desde la antigua Grecia, ha sido el arma predilecta de quienes aspiran a perpetuar su poder mediante la distorsión de la verdad y la apelación a las emociones más viscerales. Aristóteles advertía que este tipo de influencia para controlar y/o alterar el comportamiento corrompe la democracia, sustituyendo el bien común por los caprichos personales de quienes la ejercen.

Los demagogos del siglo XXI emplean las mismas tácticas: promesas vacías, discursos inflamatorios y la búsqueda de un enemigo constante, ya sea interno o externo. Siempre procuran culpar a otras personas o instituciones para desviar la atención de su incapacidad para gobernar con eficacia.

El precio de este juego es altísimo y lo paga la ciudadanía común, las mismas piezas sacrificables que luchan por defender a líderes funestos. Mientras tanto, quienes ostentan el poder se mantienen en su zona de confort, ajenos al costo social de la polarización que destruye la cohesión social.

Esta dinámica debilita las instituciones democráticas. Los líderes populistas, al presentarlas como enemigas del pueblo, erosionan la confianza en los mecanismos que deberían garantizar la justicia, la transparencia y la equidad.

Peor aún, la implementación de políticas populistas, diseñadas para satisfacer demandas inmediatas, suele tener consecuencias devastadoras a largo plazo. Los derechos fundamentales se restringen y las sociedades quedan atrapadas la inestabilidad y desigualdad.

Imagen creada a partir de IA en DALL·E de ChatGPT

Salir de esta trampa es posible, pero requiere un cambio de mentalidad. La ciudadanía no tiene por qué sacrificarse para siempre. Como en el ajedrez, quienes avanzan pueden convertirse en piezas poderosas si acuden al pensamiento crítico, diversidad de fuentes de información y la capacidad de resistir la manipulación emocional.

Quien desee liberarse de esa esclavitud puede cultivar el hábito de no ver, escuchar y leer solo aquello que refuerza sus ideas, evitando así las cámaras de eco que limitan su perspectiva y alimentan sus sesgos cognitivos, es decir, esos atajos mentales que llevan a interpretar la realidad de manera equivocada.

Es fundamental fomentar el diálogo respetuoso, reconocer las diferencias y trabajar en unidad hacia objetivos comunes. También se debe exigir rendición de cuentas: las personas gobernantes deben ser evaluadas constantemente, sin importar su ideología.

El tablero no tiene por qué permanecer en manos de quienes manipulan. Cuestionar sus reglas y movimientos es el primer paso para recuperar la acción colectiva. No basta con resistir; es crucial replantear las estrategias políticas, dejando atrás el juego de lealtades ciegas y divisiones inútiles. El verdadero cambio ocurrirá cuando la ciudadanía se convierta en un actor consciente, capaz de tomar decisiones informadas y construir un sistema que priorice el bien común por encima del orgullo y la acumulación de poder de unos cuantos.

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