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Mujeres eco-líderes

Sembradoras de agua y vida en tierras secas

Mujeres zapotecas preservan la milpa ante desafíos del clima en Oaxaca, México

Reportaje y fotos: Diana Manzo

Video: José Cortés

Edición de video: Set Gabriel

Edición, análisis y diseño de datos: HasselFallas

Publicado: 05 de febrero de 2024

En el estado de Oaxaca, las comunidades zapotecas enfrentan una severa crisis hídrica, exacerbada por prolongadas sequías y la explotación minera. Representadas por Josefina Santiago, de El Porvenir, y Gema Silvia Pacheco Vásquez, de San Matías Chilazoa, estos poblados indígenas luchan por preservar sus ancestrales tradiciones agrícolas ante la amenaza de cosechas cada vez más escasas y la disminución de las fuentes de agua.Resistiendo los embates del clima, utilizan ollas pluviales para recolectar agua de lluvia, esencial para irrigar cultivos como maíz, frijol y calabaza, perpetuando así un legado de resiliencia y esperanza en su tierra milenaria.

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La captación de agua

«Esta estructura es una olla pluvial que construimos en el año 2008, hace ya 15 años. Su función principal es captar el agua de lluvia que usamos para regar nuestros cultivos y también para recargar los pozos, tanto domésticos como agrícolas y comunitarios», cuenta Josefina Santiago, campesina Ben’Zaa (zapoteca) mientras señala con preocupación que la olla se encuentra al 30 por ciento de su capacidad.

Josefina vive en El Porvenir, una agencia municipal de origen zapoteca, rodeada de cerros y contigua a la minera canadiense Fortuna Silver. Su comunidad está ubicada en los Valles Centrales de Oaxaca y pertenece al municipio de San José del Progreso, distrito de Ocotlán. Allí reside junto a su madre, Juana Santiago, de 72 años, su hermana y sus dos sobrinos menores de edad.

Para Josefina captar agua es su forma de vida y lo sabe hacer muy bien. La olla de captación surgió de un proyecto comunitario impulsado por la Comisión Nacional Forestal (Conafor) y tiempo después, junto con su hermano, la ampliaron hasta llegar a los ocho metros de ancho por 20 metros de largo. Estratégicamente, la olla se ubica a espaldas de su casa, a tres metros de sus cultivos.

Decidimos recolectar el agua porque creímos que así podíamos seguir sembrando, y así fue, no hemos dejado de sembrar maíz, y lo seguiremos haciendo, porque de eso vivimos, de eso comemos, somos mujeres de maíz

Josefina Santiago

Campesina Ben'Zaa (zapoteca)

A través del sistema de goteo conformado por mangueras delgadas de color negro, Josefina distribuye el agua hasta las siembras de maíz, frijol y calabaza durante los dos ciclos agrícolas de abril y junio, pero este año las cosas no salieron como esperaba.

El intenso calor provocado por la crisis climática y el fenómeno de El Niño ocasionó la falta de lluvia y las cosechas sólo alcanzaron a dar unas cuantas semillas, que muy celosamente resguardan ella y su familia para continuar con la milpa, herencia de su abuela y abuelo hace más de medio siglo.

La campesina y productora agrícola, Josefina Santiago, lamenta que la olla pluvial para captar agua de la lluvia esté muy por debajo de su capacidad debido a las sequías que, en 2023, afectaron a El Porvenir -la agencia municipal donde habita-. Como consecuencia, los cultivos de maíz no alcanzaron a desarrollarse y las mazorcas resultaron más pequeñas, delgadas y de escasos granos. 

Mazorcas más pequeñas

Para explicar cómo la crisis climática afecta el campo en su comunidad, Josefina toma dos mazorcas de distintos tamaños y explica que la de 15 centímetros tiene una apariencia fuerte, con granos macizos y pegados al olote. Esa cosecha la sembró en junio de 2022, mientras que la segunda -de apenas 8 centímetros, delgada y de escasos granos- es el resultado de la cosecha de junio, pero de 2023.

“La diferencia es la cantidad de agua que recibieron ambas mazorcas”, recalca la campesina, al explicar que este 2023 la sequía fue “bárbara” e intensa, haciendo que los cultivos no se desarrollaran como hubieran deseado.

Como sembradora del agua, la mujer de 44 años, de tez blanca y cabello rizado, respira hondo y cuenta que la escasez de lluvia no solo afecta a los cultivos, también a la olla pluvial. Explica que el agua, al no filtrar adecuadamente a los mantos acuíferos, provoca que los pozos de uso doméstico queden vacíos. Estos pozos son la principal fuente de abastecimiento para cubrir sus necesidades básicas.

“Este año ha sido muy complicado y lo vemos con las semillas, están escasas. Por otro lado, el tamaño de otros cultivos también disminuyó. Antes, una calabaza apenas cabía en nuestras manos y era de gran peso, ahora dos o tres caben entre mis brazos, la sequía nos está dejando sin cultivos”, lamenta Josefina.

El año pasado, Josefina y su mamá colectaron 100 kilogramos de maíz en sus variedades endémicas tipo bolita en colores amarillo, blanco y negro. En 2023 la cantidad bajó drásticamente, alcanzaron apenas 20 kilogramos, que usarán para la siembra, pues para consumo humano tendrán que comprar en otra parte.

En esta zona, donde el clima es seco y tropical, Josefina comenzó a darse cuenta de que había variación climática significativa justo en plena pandemia, en el 2020, y para este 2023 la situación se tornó crítica.

“Lo hemos notado en la olla captadora de agua, que ahora está al nivel mínimo, entonces decidimos ya no usarla para cultivos, dejarla para que ayude a filtrar agua al subsuelo y para que las aves vengan a beber agua, ellas también lo necesitan”, dijo.

La situación que encara Josefina no es ajena a la de otras familias de El Porvenir. De las 70 ollas pluviales construidas allí hasta 2019 por Conafor y el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), sólo diez tienen agua, las demás están completamente secas.

Optimismo a pesar de todo

Mientras están sentadas en el corredor de su casa, desgranando maíz que se guardará para cosechar el próximo año, Josefina y su madre reafirman su preocupación por la sequía, pero advierten que seguirán impulsando el “modelo milpa” en su terreno, es decir, la triada de cultivo de maíz, frijol y calabaza.

La madre de Josefina es optimista. Recuerda que en el año de 1982 se vivió una sequía similar a la actual y la superaron, por lo que confía que lo mismo ocurrirá esta vez.

“Yo voy a sembrar y punto. Haya agua o no. A nosotras nos enseñaron a respetar la siembra del maíz y por eso seguimos sembrando y también rescatando variedades”, dice con certeza doña Juana Santiago, aunque los datos muestran que los niveles de lluvia descienden en su comunidad, siendo la etapa más crítica la registrada en el último trimestre de 2023.

Josefina también espera que la lluvia vuelva pronto a ser abundante y tiene una razón importante para ilusionarse con ello: que siga viva la especie de maíz rojo Guela’ tobe que, en su comunidad lograron rescatar tras cinco años de cuidados

“Ahora además de consumir mazorca de color blanco, amarillo, negro, el dorado y combinado, ya comemos el maíz rojo y eso es vida, por eso me pongo tan feliz de contarlo”, enfatizó.

Sembrar la tierra, un acto revolucionario

A 13 kilómetros de la casa de Josefina, vive Gema Silvia Pacheco Vásquez de 48 años y su madre, Soraida Vásquez Amador de 88 años. La comunidad, también de origen zapoteca, se llama San Matías Chilazoa. Esta comunidad es una agencia municipal de Ejutla de Crespo, la habitan unas 320 personas, de las cuales un centenar son adultos mayores y campesinos.

“Acá vivimos del campo. Es un pueblo que se va quedando solo por la migración interna y externa. Muchos jóvenes se van a la Ciudad de México o Estados Unidos. Aquí, sembrar maíz amarillo es un acto revolucionario”, narró Gema.

En el 2021, los lugareños, al ver que el agua escaseaba debido a la presencia de la minera canadiense Fortuna Silver, decidieron captar agua y crearon dos “retenes de agua de lluvia”.

Mientras recorre cada uno de ellos, Gema explica que sembrar agua ha permitido el incremento de los niveles de agua en los pozos. Al menos una decena se han beneficiado, pues ambos retenes de agua permiten el almacenamiento de 10 mil metros cúbicos de líquido que ayuda a la filtración de los mantos acuíferos.

Sin embargo, al igual que en El Porvenir, en San Matías Chilazoa la sequía más prolongada y severa – a causa de El Niño y el aumento global de temperaturas– también ha alejado a la lluvia en los años recientes y más en 2023. Gema cuenta que mientras la cosecha plantada en abril dio elotes dorados de gran tamaño, en la de junio ocurrió lo contrario.

El maíz no se reprodujo bien, fue una pérdida esta cosecha. Lo mismo pasó con las calabazas, unas plantas dieron, pero muy pequeñas y otras quedaron en el intento, nada más. Esto es una forma de decirnos que la crisis climática es una realidad y que debemos hacer algo para disminuirla

Gema Silva Pacheco

campesina de San Matías Chilazoa

Gema ha pensado en cambiar de cultivos, unos que requieran menos agua, quizá nopales, cactus o pitahayas. Sin embargo, por ahora es solo una idea motivada por las circunstancias del clima y por otras que afectan la costumbre de sembrar maíz en su tierra.

“Acá no solo luchamos por preservar la milpa como tradición y contra la minera, que se queda con las tres cuartas partes de nuestra agua. Ahora también vemos el río y las presas todas secas. Como si fuera poco, la siembra de maguey se ha apoderado cada vez más de nuestro territorio, un monocultivo altamente dañino para el subsuelo y más cuando los plantíos se riegan con químicos que aceleran su crecimiento”, denunció.

La mujer vestida de blusa, falda y de sonrisa tímida dijo que esta invasión del maguey llegó sin el permiso de las autoridades.

“Son gente que no sabe nada de la defensa del territorio ni del campo. Dicen que lo siembran en “tierras ociosas” para apoderarse de ellas. A mí me ofrecieron rentar mi terreno y mi mamá me dijo que le entraramos, pero me negué, porque además de rentar muy barato, 14 mil pesos por siete años, la tierra se deforesta por el monocultivo y también por las sustancias químicas que le ponen. Esto no es posible, así que no podemos seguir”, señaló.

Gema, además de sembrar y hacer milpa toda su vida, actualmente es suplente municipal de su comunidad, cargo por el que no recibe un solo centavo, pero ha ayudado a evitar que más empresas dañen el territorio.

Por ello insiste en que sembrar maíz es un acto revolucionario contra el clima y los intereses de las empresas mezcaleras. Resistir a estos embates es lo que le da identidad a su pueblo.

Para Gema, al igual que Josefina, la ancestral herencia de la milpa es la fuerza e impulso que las hace seguir creyendo en el campo. Lo que las inspira a idear formas de mitigar los efectos del cambio climático, defender sus raíces y su tierra. Una tarea que para estas mujeres no ha sido nada fácil.

Gema Silva Pacheco, de origen zapoteca, explica que, en San Matías Chilazoa no solo luchan con una sequía cada vez más prolongada por los efectos del fenómeno de El Niño y el cambio climático. También con una minera que acapara el líquido. Por esa razón, construyeron una olla de captación de agua de lluvia. Sin embargo, en 2023, la cosecha sembrada a mediados de año fue una pérdida porque no recibió el agua necesaria para crecer.

Campesinas celebran concesiones de agua en medio de amenazas ambientales y del clima

El 2022 fue un año histórico para las mujeres campesinas de Oaxaca. Tras 17 años de lucha, 16 comunidades Ben’Zaa (zapotecas) del Valle de Oaxaca -que integran la Coordinadora de Pueblos en Defensa del Agua (Copuda)- recibieron sus títulos de “Concesión comunitaria indígena del Agua”, que les permite el uso libre del líquido en sus parcelas. Es el primero y único a nivel nacional.

Esta lucha de la Copuda es un logró de Flor y Canto, una organización que lideró durante varios años Carmen Santiago, y que, con su fallecimiento en el 2022, ahora es dirigida por Beatriz Salinas Avilés, defensora del agua y territorio,

“Reconozco que la lucha es de todas y cada una de las comunidades, que nunca se doblegaron, al contrario, siempre estuvieron firmes y leales luchando por sus concesiones”, externó Salinas.

A pesar de ese logro, la escasez del agua continúa siendo una de las mayores preocupaciones de estas mujeres porque su llegada a los pozos ha bajado hasta en un 70 por ciento. Como casi no hay lluvia por la sequía, las ollas pluviales o retenes captan muy poca agua, lo que agudiza el faltante del líquido.

La crisis climática en la zona se ha acelerado también por la deforestación de los bosques y el mal manejo de residuos sólidos en Oaxaca.

“Mientras sigan las madereras talando árboles se debilitan las zonas para captar agua. Lo mismo pasa con la agricultura porque se está cambiando el sistema de milpa por plantaciones de maguey”, comentó Salinas.

Aunado a estos factores, la contaminación de los ríos, como el Atoyac, ubicado en el centro de la capital de Oaxaca, afecta directamente la calidad del agua que se extrae de los pozos. “Nadie ve, ni hace caso de esto”, añadió la dirigente de Flor y Canto.

Pese a todas las adversidades, Flor y Canto, ha vuelto a propiciar una iniciativa para aportar potenciales soluciones a la crisis ambiental y climática de Oaxaca mediante el proyecto “Escuela del Agua”, una iniciativa que asiste a  más de 40 hombres y mujeres para defender su derecho al agua.

En este contexto, Salinas enfatiza: «Hay mucha esperanza de resolver los problemas que existen, pero debemos estar unidos, no apáticos, esperando a que alguien externo o el gobierno resuelvan los problemas que debemos resolver nosotros».

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