“De pronto, caigo en cuenta de lo gigantesco que es este reto del cambio climático y la inercia que tiene todo el sistema mundial energético, político y económico para encararlo. Además, de lo diminuto que es uno y lo solo que me siento en una sala de redacción donde muy poca gente está pensando en el tema.”
Así describe Diego Arguedas lo que sintió en uno de los días más críticos que ha tenido como periodista climático, justo cuando se publicó el Informe Especial sobre Calentamiento Global de 1,5 °C del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) en el 2018, el reporte que describe qué sucedería con el planeta y los seres vivos si la temperatura global sobrepasa los 1,5 °C de calentamiento global.
Diego se sentía frustrado porque quienes tenían el poder no estaban tomando la decisiones correctas, no estaban prestando atención al tema. A la decepción que sentía se sumaba la de constatar que, aunque el cambio climático es el tema más importante de la historia, en los medios no se le daba -no se le da todavía- la atención y el tiempo que merece.
En aquél momento, el periodista estaba en la cúspide de una montaña rusa de emociones que iban del miedo a la tristeza, de la culpa a la vergüenza y al enojo. Emociones que, a lo largo de los años, se han manifestado no solo en la vida de Diego y su cobertura climática sino en la de quienes investigan las consecuencias del calentamiento global para la humanidad y también en la de cualquiera otra persona que se preocupa por su futuro y el de su hogar.
Una de estas personas es Jorge Arroyo, de 26 años, un futuro doctor en biomatemática aplicada cuyas dos preocupaciones esenciales se centran en cómo la crisis climática pone en riesgo a su propia familia en Costa Rica y a los bosques marinos de Kelp o de algas que estudia en la Universidad de California en Davis, Estados Unidos.
Para Jorge es motivo de angustia e incertidumbre que la zona sur de Costa Rica, donde habita su familia, sea cada vez más proclive a las inundaciones porque las lluvias ahora son más copiosas e intensas que en el pasado; un efecto directo de las variaciones abruptas de la temperatura. También le entristece que, por esa misma causa, los bosques de algas estén desapareciendo en el planeta y, con ello, el vital equilibrio de la vida en los océanos.
Al cúmulo de todas esas sensaciones que personas como Diego y Jorge experimentan se le conoce como ansiedad climática, ecoansiedad o angustia climática. El uso de uno u otro término depende de si quien lo emplea es activista o se dedica a la psicología. Lo explicamos en el recuadro adjunto.