Pese a la discriminación, a las carencias económicas y a la falta de acceso a universidades en sus comunidades, científicas indígenas le hacen frente a la brecha de educación. Conversamos con cuatro doctoras indígenas que realizan su estancia posdoctoral, una excepción en un colectivo históricamente discriminado.
Por: Priscila Hernández Flores y Pablo Hernández Mares
Apoyo editorial: Sania Salazar y Edilma Prada
Datos y visualización: Hassel Fallas (La Data Cuenta) y equipo de Datasketch
Ilustración: Giovanni Salazar / Agenda Propia
Nota. Este reportaje es resultado de la iniciativa Tejiendo historias con datos de Agenda Propia, cocreada con periodistas y narradoras indígenas y no indígenas de la Red Tejiendo Historias en América Latina. Con el apoyo de Datasketch y las visualizaciones realizadas por el medio aliado La Data Cuenta.
Ellas son mujeres indígenas en la ciencia. La doctora Zoila Mora Guzmán es de Oaxaca, uno de los estados más pluridiversos de México, la doctora Anahí Jobeth Borrás Enríquez es originaria del sur de Chiapas, un estado mayoritariamente indígena. Por esas mismas coordenadas nació la doctora Lilian Dolores Chel Guerrero, en la península de Yucatán, tierra del pueblo indígena Maya. La doctora Elia Ballesteros Rodríguez creció en el centro del país, en el estado de México.
Ellas son parte de la Red de Mujeres Indígenas en la Ciencia (REDMIC), una iniciativa creada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) y el International Development Research Centre (IDRC) de Canadá. Este es un programa único en su tipo que inició en 2018 y que permitió que 12 mujeres indígenas realizaran un posgrado.
Estas investigadoras son la excepción porque son de los pocos mexicanos y mexicanas con un doctorado. No solo eso, son parte de un pueblo indígena.
De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en México hay 254,529 personas con doctorado otorgado tanto por universidades públicas como por privadas. De esas, 111,211 son mujeres, este mismo censo oficial informa que solo 1,402 hablan una lengua indígena, lo que representa el uno por ciento de personas con doctorado que hablan alguna lengua indígena. Los datos estadísticos obtenidos por el INEGI solo permiten saber cuántas personas con doctorado hablan una lengua originaria, no es posible saber cuántas se autoidentifican como indígenas ya que no es una variable incluida en los censos.
Según datos del mismo INEGI, en México hay una población de casi 120 millones de personas, de ellas 61 millones son mujeres. De estas, 3,783,447 hablan una lengua indígena, por lo que las mujeres con un doctorado representan el 0.037 por ciento de esta comunidad.
Esa cifra significa que menos del 1 por ciento de las mujeres con doctorado hablan una lengua nativa. Que únicamente el 0.037 por ciento de las personas con un doctorado hable una lengua nativa demuestra el desdén oficial que han tenido desde los gobiernos hasta las universidades por los pueblos originarios. Si ese porcentaje es menor, aún menos son los datos analizados sobre mujeres indígenas en la ciencia. Estos son cálculos que ha hecho la Dra. Lilian para decir que ser mujer con doctorado es un porcentaje bajísimo en comparación con los estudios de las personas que no pertenecen a un pueblo originario de México.
Ella hizo un doctorado en ciencias de los alimentos y biotecnología, es originaria de la comunidad de Conkal, muy cerca de Mérida, la capital de Yucatán, uno de los estados al sur de México. Esta es un área de población predominantemente maya, algo que marcó su línea de investigación ya que ha centrado sus estudios en dar un fundamento científico al uso de las plantas que se utilizan en la medicina tradicional. “Yo estoy muy interesada, por mis raíces mayas, siempre estamos muy involucrados con la biodiversidad, entonces siempre pensamos en el cuidado de la biodiversidad y así también en todos los usos de las plantas en la medicina tradicional”, dice orgullosa.
La duda y la curiosidad que les generaban los descubrimientos científicos llevó a estas mujeres a estudiar un posdoctorado. La Dra. Anahí pertenece al linaje de la cultura Mam del estado de Chiapas, un pueblo indígena de 23 mil personas distribuidas entre México y Guatemala. Ella está especializada en las ciencias de los bioprocesos. Recuerda que desde pequeña siempre fue muy curiosa, “agarraba jabón, agarraba todo lo que yo encontrara, lo que cayera en mis manos dice mi mamá y empezaba a hacer estas mezclas, según yo, haciendo mis compuestos”.
De esos juegos infantiles pasó a la investigación científica y ahora estudia el proceso de extracción de compuestos bioactivos de cultivos primarios como el mango y el agave, productos locales.
La curiosidad, pero también la comunidad han sido determinantes para motivarlas a ser científicas, como le ocurrió a la Dra. Elia, del pueblo indígena Otomí del Estado de México, experta enfocada en el área de las ciencias agropecuarias y recursos naturales. “Mi papá siempre se dedicó a la siembra de maíz, entonces desde pequeñas nos dedicábamos también, de ahí surgió el interés por estudiar la carrera de ingeniero agrónomo y posteriormente continuar con estudios de maestría y doctorado”, rememora.
Una parte del trabajo de investigación de la Dra. Elia está centrado en la producción del mezcal, ya que actualmente existen algunos problemas con la reproducción de los agaves con los que se elabora esta bebida porque la industria está ejerciendo mucha presión sobre estas plantas, “¿de qué manera podemos subsanar estos problemas?, pues a través de la selección asistida por los marcadores moleculares y a través de cultivo in vitro que nos permite una rápida propagación de estas plantas”, menciona al referirse a lo que motivó su investigación.
Cuestionarse es parte del método de la ciencia, como lo hace la Dra. Zoila, originaria de Chiquihuitlán de Benito Juárez, Cuicatlán en el estado de Oaxaca, experta en bioquímica. “Mucho del conocimiento médico hoy en día deriva precisamente de este conocimiento en etnomedicina, por ejemplo, en mi caso mi área es el cáncer, y alrededor del 80 por ciento o un poco más de los medicamentos conocidos hoy en día para para tratarlo provienen precisamente de plantas y fueron descubiertos a raíz de conocimientos etnomédicos”.
Su camino académico no ha sido fácil. “Yo soy de una comunidad donde la mujer es sumisa. En esos años el rol de la mujer en la sociedad era casarse, tener hijos y estar al pendiente de su esposo. Entonces, mis padres, de alguna manera, rompieron esos tabús de la sociedad porque ellos siempre me criaron con esa idea de seguir estudiando, sobre todo mi papá, siempre decía que mi hija va a ser profesionista y desde pequeña siempre me lo fue inculcando”, reconoce.
Cuando la familia de la Dra. Zoila rompió esos tabús, ella siguió su camino en la ciencia, compartiendo los saberes de su pueblo indígena con otras mujeres. Las mujeres comparten los conocimientos y la lengua, sus cabellos son como estructuras de ADN y como átomos, esa es la imagen de la Red de Mujeres Indígenas en la Ciencia (REDMIC) que fue creada para impulsar el intercambio de conocimiento entre científicas indígenas. Esta fue la apuesta del Programa Estancias Posdoctorales para Mujeres Mexicanas Indígenas en Ciencia, Tecnología, Ingenierías y Matemáticas apoyado por el IDRC, CONACyT y CIESAS.
Según datos del portal de la REDMIC, este programa inició en el 2018. Desde ese momento hasta el 2022 ha becado a 12 investigadoras para continuar con sus estudios y echar a andar sus proyectos en beneficio de sus comunidades. Estas investigadoras pertenecen a siete pueblos indígenas y están enfocadas en siete especialidades.
La REDMIC recibe apoyo de la embajada de Canadá, el The International Development Research Centre (IDRC) y Conacyt. Las científicas están en áreas como biología, química, ingeniería, biomedicina y tecnología, ciencias agropecuarias y biotecnología. Áreas de conocimiento en la que los pueblos indígenas tradicionalmente han desarrollado saberes. Las mujeres científicas becarias no empiezan de cero, llegan con el conocimiento adquirido por siglos en sus comunidades.
Para Guadalupe Peralta Santiago, investigadora y consultora en temas de género y participación política indígena, educación superior y estudiantes indígenas “todas las mujeres tenemos ese derecho y en los últimos años lo hemos estado ejerciendo. Es decir, hemos avanzado en el acceso, permanencia y conclusión de la educación en casi todos los niveles, así como en el área de posgrado. Desde luego que se tiene que decir que esto no es uniforme a lo largo o ancho del país, pero ha ocurrido. Nuestra presencia en la educación es mayor en los niveles iniciales y se reduce en la educación superior y el posgrado; es decir, se hace una especie de “embudo educativo” para muestra, saber que menos de la mitad termina la educación básica (47 por ciento); de ellas solo el 20 por ciento logra acabar una licenciatura”.
Ella resalta que hasta hace poco la población indígena había estado excluida del quehacer del sistema educativo, “tanto en la cobertura educativa como en la estructura que funge como agentes tomadores de decisiones y de planeación”. Guadalupe explica que en las últimas décadas en México esto ha ido cambiado con políticas públicas de atención a estudiantes indígenas, a través de becas, programas y el impulso a las mujeres indígenas.
En su descripción del contexto sobre los factores estructurales añade los aspectos socioculturales porque, como señala, “desde ahí comienza que las niñas puedan o no acceder a la educación, ya que se ha tenido la idea que darles educación a las niñas es inútil, pues se van a casar y las va a mantener el esposo; por ello es que en la gran parte de los grupos indígenas en México, si tienen la posibilidad de hacerlo, prefieren darle educación a los hijos, pues ellos serán responsables de su familia y van a mantener esposa, hijas e hijos”.
Para Guadalupe una mujer indígena en la ciencia significa que venció o pasó varias dificultades. Una de ellas es la distancia y la capacidad económica de las familias porque “son éstas las que deben absorber los gastos que ocasiona trasladarse de manera permanente en la ciudad”.
Otras barreras son las falta de infraestructura en las escuelas y un contexto de exclusión porque “la discriminación que aún persiste en las instituciones educativas es otro factor, no solo de los estudiantes hacia los estudiantes, sino también de las y los docentes hacia el alumnado. Además de ello, se encuentran las deficiencias en educación que adolecen algunos estados del país, particularmente los que son considerados como los estados más pobres de México (Chiapas, Oaxaca, Guerrero). Aún estamos en un país racista y clasista, lo cual se refleja en las instituciones de Educación Superior en las capitales de los estados”, agregó.
La discriminación que describe Guadalupe se refleja en que las mujeres indígenas dejan las lenguas originarias para hablar español y así acceder a la educación. Esta es una constante que vivió la mayoría de las doctoras entrevistadas, aunque con historias distintas tienen en común la desigualdad educativa.
Las investigadoras no quieren que por su condición indígena les den privilegios o les tengan lástima, lo que buscan es que se les trate con igualdad en la comunidad científica. Sin embargo, algunas coinciden en que sus familias dejaron de hablar la lengua materna de su pueblo para evitar la discriminación.
“No nos enseñaron el maya como lengua materna. Yo apenas estoy tomando clases ahorita a raíz de la estancia postdoctoral. Para mí fue traumático, porque por ejemplo: yo al principio no me identificaba como maya; cuando íbamos a los congresos, por ejemplo de la escuela, me trataban como el payasito del autobús”, recuerda la Dra. Lilian.
Una situación similar vivió la Dra. Anahí, “yo ya no la hablo. En los años 60´s, cuando mi abuela salió de su pueblo a Tapachula, decían que hablar una lengua indígena era seguir siendo analfabeto y ella no le encontraba sentido en transmitirnos esa lengua, porque decía que era hasta mal visto”, comparte.
La Dra. Elia reconoce que tampoco habla el otomí, la lengua de su pueblo. “En mi comunidad, a pesar de que es considerada indígena, actualmente las personas que hablan otomí son muy poquitas, solo son las personas mayores, debido a la necesidad de la búsqueda de trabajo y emigrar a las ciudades, nuestra lengua materna es el español, ya no es el otomí”.
Algunas familias prefieren no enseñar la lengua por temor a que sus hijos e hijas sean discriminados. Que ella no hable la lengua indígena no es un caso aislado, según datos del mismo INEGI, en México cada vez hay menos hablantes de las 68 lenguas indígenas nativas: “Entre 1930 y 2015 la tasa de hablantes de lenguas indígenas de 5 años de edad o más, se redujo de 16.0 a 6.6 por ciento”, según datos que compartió INEGI en el 9 de agosto, Día Internacional de los Pueblos Indígenas.
Caso contrario es el de la Dra. Zoila, quien desde pequeña escuchaba en casa a sus papás hablando tanto en español como en mazateco, “entonces fui creciendo con ambas lenguas, con ambos idiomas y desde preescolar no fui a ninguna institución bilingüe”.
En Latinoamérica la situación es similar. Así lo confirma la Organización de las Naciones Unidas, ONU, en México en el Informe de la Relatora Especial sobre los derechos de los pueblos indígenas que, entre muchos casos, describe la desigualdad a este sector de la población. “La discriminación en el acceso a la educación afecta a los niños. Muchas comunidades indígenas no cuentan con centros educativos por no reunir los requisitos de población impuestos por autoridades estatales”, explica el informe.
Una coincidencia que comparten estas investigadoras es que ellas o sus familias tuvieron que salir de sus territorios de origen para acceder a la educación. Aunque esta condición la comparten científicos y científicas de todo el mundo que salen de sus países en busca de centros de investigación que valoren sus conocimientos, en el caso de estas académicas no había más opciones.
La Dra. Elia precisa el tiempo que tenía que destinar para viajar cada día para continuar con sus estudios, “cuando inicié la licenciatura, el único acceso que teníamos era la ciudad de Toluca, la capital del Estado de México, son dos horas hasta donde se encontraba la Facultad de Ciencias Agrícolas”.
Esta situación provocaba la deserción de muchas de sus compañeras. En la región de origen de la Dra. Elia se rigen por “usos y costumbres” y aún hoy son pocas personas las que deciden seguir con sus estudios “sobre todo las mujeres; todavía existe esa idea de que la mujer está para casarse, estar en casa y tener hijos, de hecho, de mi familia solo somos dos las que accedimos a estudios profesionales y los demás, por decisión propia decidieron no continuar”, comparte.
La deserción y el desarraigo es algo que han visto en la Red de Centros Educativos Interculturales Wixárika y Na’ayeri (Red CEIWYNA) en Jalisco, Nayarit y Durango. Alondra Barba Ramírez, colaboradora de esta red, describe que han tenido experiencias de escuelas que han desaparecido o que están pausadas “por la complejidad de sacar un proyecto educativo con estas características apropiadas a la cultura, a la lengua, al territorio, porque nadie quiere apoyarlo”.
En México no hay políticas públicas interculturales, el sistema educativo se centra en la enseñanza del español sin considerar la diversidad lingüística. Los bachilleratos interculturales no siempre son apoyados por el Estado desde que se contrata a profesores fuera de la comunidad, se modifica la currícula o no tienen presupuesto, recalca Alondra.
Esto mismo lo confirma la fuente oficial, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) al explicar que “la exclusión presupuestaria persiste, las instituciones de gobierno no cuentan aún con suficientes capacidades para atender a estas comunidades, y en ocasiones la toma de decisiones ignora los intereses de los pueblos indígenas”.
Lo anterior ocurre, como describe el mismo CONAPRED, porque en México los indígenas, junto a las personas con discapacidad, son de los grupos más discriminados porque “las comunidades que estas personas forman enfrentan una situación de discriminación estructural. En principio, han sido históricamente relegadas en ámbitos tan diversos como la salud, la educación, la justicia y el empleo”.
Alondra explica que de las primeras barreras educativas son los exámenes estandarizados para la admisión en el bachillerato y la universidad. “Entonces, llegan a presentar estos exámenes descontextualizados en una lengua que no dominan muchas veces a través de una computadora cuando en sus bachilleratos, en secundarias, nunca tuvieron clases para poder utilizarlas; ahorita las cosas han cambiado un poco, pero persiste esta brecha digital”, y explica que quienes logran entrar, no siempre concluyen, aquellos que lo hacen no siempre se titulan, lo que va reduciendo el números de personas indígenas con estudios superiores.
Ella ha visto a jóvenes empezar la licenciatura, pero no pasar del primer o segundo semestre “por cuestiones económicas, no comprender las clases porque es una currícula Occidental, no saber usar las tecnologías de información y comunicación (TICs), no tener dinero para comprar una computadora”.
Los que avanzan en el proceso educativo, muchas veces, lamenta Alondra, viven un proceso de “aculturalización”. Es como si para estudiar deben quitarse la lengua, la identidad y la comunidad, porque “llegan a una ciudad y a un contexto educativo discriminatorio y racista, lleno de prejuicios colonizantes”. Por eso, Alondra insiste en que “cuando veas a un universitario indígena en donde esté no tienes idea del recorrido que tuvo que pasar”.
Ante las quejas de discriminación recibidas por la CONAPRED, este consejo solicitó a la Secretaría de Educación Pública (SEP), entidad en México a cargo de la educación, “debía investigar la presencia de lenguas indígenas alrededor del país; capacitar a docentes y distribuir materiales educativos adecuados en las comunidades que detectara; reducir de manera progresiva los sesgos en la prueba; establecer un sistema de quejas en torno a la exclusión de estudiantes en comunidades indígenas, así como diseñar un curso de sensibilización para quienes incidieran en el diseño de la prueba”.
Ese es parte del camino que recorrieron cada una de las becarias para poder estudiar su postdoctorado. El 2022 fue el último año del Programa Estancias Posdoctorales para Mujeres Mexicanas Indígenas en Ciencia, Tecnología, Ingenierías y Matemáticas (IDRC-CONACyT-CIESAS).
Pero las científicas indígenas desean seguir apoyándose entre ellas. No continuará el recurso para la beca, pero sí la red que crearon como mujeres indígenas en la ciencia.
“La idea es mantenernos trabajando juntas, pese a lo difícil que es, ya que todas estamos en diferentes lugares y pues las actividades que se tienen son muy diversas”, señala la Dra. Anahí, quien no deja de mencionar que cuando tiene la oportunidad, imparte algunas pláticas motivacionales a las niñas en la región donde se encuentra.
Ella y las demás entrevistadas confirman que es un programa que impulsó a las mujeres indígenas en la ciencia. “Este es un increíble proyecto entre México y Canadá, entre el IDRC de Canadá CONACyT y el CIESAS”, resalta la Dra. Anahí.
Las doctoras entrevistadas lamentan que el programa no continuará. Ellas son parte de la excepción, pero no estudiaron para ser parte de una minoría. Desean que más personas indígenas, sobre todo mujeres, sigan estudiando y tengan un espacio en la academia para compartir los saberes de los pueblos indígenas a los que pertenecen.
La autoridad académica a cargo de este programa es el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), entidad a la que se le pidió insistentemente una entrevista para saber si extenderán el programa o si habrá más apoyos para las científicas indígenas, pero hasta la publicación de este artículo no había respuesta. También se buscó al (IDRC) de Canadá, organismo que financiaba el programa, para tener una versión oficial al respecto, pero tampoco respondieron.
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